Por algún tiempo al menos
Aquel demonio astuto y aquella bestia ruidosa
Que me atormentan día y noche
Huyeron de mi vista;
Y aunque largo tiempo había alternado en el giro,
Entre mi odio y mi deseo,
Al fin ganada vi mi libertad
Y todo ríe ahora bajo el sol.
Los relucientes ojos de un rostro de la muerte
Desde el retrato del viejo Luke Wadding decían:
¡Bienvenido! y todos los Ormondes
Asentían desde el muro,
E incluso Strafford sonreía como
Si le hiciera más feliz el saber
Que comprendía sus planes.
Ahora que la ruidosa bestia huía
No había retrato en la Galería
Que no invitase a amable compañía.
Pues todos los pensamientos humanos se aclararon
Siendo queridos como lo son los míos.
Más pronto una lágrima surgió,
Pues el gozo inútil me había detenido
Junto a un pequeño lago
Para contemplar una gaviota blanca
Que cogía una brizna de pan lanzada al aire;
En círculos y vueltas descendientes
Al agua se arrojó allí donde una absurda
Y gruesa ave coronada en verde
Sacudía el agua de su lomo;
Fuera de mí lo demoníaco
Una criatura estúpida y feliz
Era capaz de animar todo mi ser.
Mas seguro estoy en lo posible
Que cada victoria natural
Pertenece a la bestia o al demonio,
Que nunca tuvo el hombre libre
Real control sobre las cosas naturales,
Y que sólo el envejecer, al helar la sangre,
Trajo este apaciguamiento;
Sin embargo no abrigo más queridos pensamientos
Que los que me hagan descubrir manera
De hacerlos dilatar algunas horas.
¡Oh, qué dulzura se extravió
Por la baldía Tebaida,
O por el mar de Mareotis
Cuando el exultante Antonio
Y dos mil hombres más
Murieron de hambre sobre la playa
Hasta quedar marchitos, sólo en los huesos!
¡Pues qué tenían los Césares salvo sus tronos?